2014-07-09

El hoyo de los fantasmas



La primera semana de todos los meses de julio, de madrugada, paso frente al hoyo tapado con cera donde habitan los fantasmas. La cera está reseca y parece sólida, pero yo sé que están. Si uno se detiene en esa esquina del tiempo, y la noche es lo bastante densa, puede oírse su gemido. Su voz es queda, propia del mundo sin ojos en que se acumula la tristeza. Parece que hablan, pero no. Cualquier descuido, un dedo al azar hurgando distraído, los roedores en busca de alimento, la lluvia imposible insistente en aquel punto, podría acabar con la sensación de seguridad con la que, insolentes, caminamos el resto del año. "¡Cualquiera!", me digo aterrado, y me veo en cuclillas, con el escarbadientes en la mano, perforando esta noche de julio, hundiendo la madera humedecida en la costra de cera del recuerdo.

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"Sin embargo yo creo que aquel niño se fue con ellos y todos juntos viven con otras personas y es a ellos a quienes los muebles recuerdan. Ahora yo soy otro, quiero recordar a aquel niño y no puedo. No sé cómo es él mirado desde mí"

Felisberto Hernández, "El caballo perdido".